Representaciones de Inteligencias Artificiales y Trabajo: Una perspectiva interdisciplinaria

► Escrito por Luz Castro, licenciada en Psicología (UNMDP), especialista en Constructivismo y Educación (FLACSO), integrante del colectivo Arte es Ética / Edición e ilustraciones a cargo de Joaquin Kierbel, artista digital/3D, VFX, integrante del colectivo Arte es Ética.

Surrounded frequencies, ilustración digital de Joaquín Kierbel

“El estudio de cómo y por qué la gente comparte conocimiento y a partir de ello construye su realidad común, de cómo transforma ideas en práctica –en una palabra, sobre el poder de las ideas- es el problema específico de la Psicología Social”.

Serge Moscovici, 1990

Introducción

En tanto que el desarrollo de las inteligencias artificiales generativas es reciente y constituye un fenómeno novedoso, abre consigo un amplio campo de interrogantes. Entre ellos, un amplio debate en relación con el impacto que tendrá en distintas instituciones y en la vida cotidiana de las personas, y comienza a circular en el diálogo popular. Entendemos que la interdisciplina es el modo apropiado de abordar un tema así, en virtud de la complejidad del fenómeno y a fin de evitar la fragmentación de un debate disperso en múltiples disciplinas, pero que en definitiva tratan de un único tema: la vida humana

Desde una perspectiva en la cual tanto la ciencia como los procesos de construcción de sentido son vistos como emergentes de necesidades e intereses de grupos diversos, es de utilidad relacionar conceptos provenientes del campo de la psicología social, la sociología y la filosofía con el fenómeno de circulación de ideas, opiniones y discusión sobre el tema que tiene lugar en medios de comunicación

A menudo nos encontramos con discursos relativos a lo inevitable o irregulable del desarrollo de las IA generativas. Estos tienen implicaciones desmovilizadoras, en tanto procuran asimilar el fenómeno a etapas previas de la historia sesgados desde la perspectiva de nuestra contemporaneidad, desmereciendo el rol activo de los ciudadanos y la lucha por la regulación mediante los mecanismos democráticos de participación. 

Avanzamos desde el punto de vista de la Psicología Social, haciendo hincapié en referentes de su vertiente crítica, situada en el contexto latinoamericano y pensando al ser humano como ser social y sujeto de derechos, constructor activo de su realidad colectiva.

Tempesta-s-ampler, ilustración digital de Joaquín Kierbel
Tempesta-s-ampler, ilustración digital de Joaquín Kierbel

1.- Los frutos del árbol del conocimiento: la teoría de las representaciones sociales como herramienta para pensar los significados construidos en torno a la Inteligencia Artificial Generativa

Una forma de clasificar el conocimiento construido por los seres humanos es pensar dos grandes tipos: “conocimiento de sentido común” y “conocimiento científico”. Ambos tipos de conocimiento están operando en el debate sobre el desarrollo de las IAs generativas, y deben reacomodarse para abordarlo. 

Dentro de las formas de conocimiento de sentido común, las representaciones sociales constituyen modalidades de conocimiento socialmente construido.  Componen un campo de investigación interdisciplinario ya que abordan simultáneamente conceptos con raigambre sociológica y psicológica. Su génesis se encuentra en el concepto de “representaciones colectivas” desarrollado por Emile Durkheim y en las ideas de la teoría piagetiana sobre las representaciones que se construyen en el curso de la vida del individuo. Conforman el objeto de estudio de la Psicología Social en tanto las personas no solo comparten ideas, sino que sostienen actitudes y se conducen con base en este tipo de creencias.

En un contexto en que el bombardeo de información es constante (pues a cada momento se generan novedades que se divulgan a una velocidad apenas accesible al procesamiento crítico) los medios juegan un papel importantísimo en la construcción de la realidad social. Cabe destacar la obviedad en que, aunque sus posicionamientos no sean explicitados, existen y obedecen a intereses particulares.

Las representaciones sociales:

‎• Pueden caracterizarse como un intento de explicación de un fenómeno novedoso mediante la asimilación a algo previamente conocido. Esta característica se realiza con el proceso piagetiano de “asimilación”: el primer intento del humano es incorporar la novedad a algo que ya conoce.

‎• A menudo tienen base en la divulgación de conceptos científicos, mediatizados por divulgadores.

‎• Son construidas en los procesos de comunicación cotidiana, ya se trate de interacciones cara a cara o mediatizadas por los medios de comunicación.

‎• Toman matices diversos según los diferentes grupos sociales; esto es lo que las diferencia de las “representaciones colectivas” estudiadas por la sociología clásica de Durkheim.

‎• Guían la conducta y la comunicación.

Los grupos humanos no construyen representaciones sociales de objetos o hechos neutros (no existe una representación social de la piedra Mar del Plata o el limonero), sino que construyen representaciones sobre ideas, grupos sociales o fenómenos que pueden suscitar algún tipo de actitud, con carga positiva o negativa. La política, la democracia, el gobierno, son ejemplos de objetos de representación social. Tienen componentes figurativos (una imagen, por caso: qué imagina la gente cuando se le pide que describa un artista, un psicoanalista o un docente), actitudinales (valoraciones positivas o negativas, emotivamente cargadas) y conductuales (lo que la gente hace cuando interactúa con aquello que es objeto de la representación).

La vida, el arte y el trabajo son pasibles de convertirse en objetos de representación social y la Inteligencia Artificial no es la excepción. Podemos rastrear algunas creencias muy antiguas subyacentes a la valoración que en la interacción social se hace al respecto de qué es el derecho a la vida, qué es el trabajo, quién es un artista, y asimismo es posible rastrearlas al intentar definir qué significa ganarse la vida. A su vez, encontramos en el proceso de construcción de una representación de la IA una corriente bastante fuerte de divulgadores, empresarios y aún científicos que procuran equipararla al fenómeno de la Revolución Industrial (se ha hablado de “Cuarta Revolución Industrial”[1]). Asocian a quienes discuten el impacto que tendrá (en el trabajo, la salud, la privacidad de datos, la participación informada) con el ludismo[2], en una comparación cargada de intención peyorativa que desmerece las notables diferencias entre dos periodos históricos totalmente distintos y en los cuales el impacto de la tecnología en el trabajo no es comparable. De hecho la situación actual en este sentido ni siquiera es comparable de manera justa a ninguna previamente existente. Como afirma F. Schapachnik (2023),  existe una neta diferencia entre las tareas especializadas que desarrollaban las tecnologías de automatización hasta la actualidad, y las tareas complejas y variadas que realizan las IAs del presente en adelante.

En un artículo de reciente publicación, Callum Mc Clelland aborda el problema de la pérdida de empleos debido al desarrollo de IA que sustituyen el trabajo humano. Señala, entre otras cosas de interés, que el pasado no es un buen predictor de la realidad; por ende, quienes procuran realizar analogías entre lo que significó la revolución industrial en cuanto a pérdida de empleos y generación de nuevos no toman en cuenta que el desarrollo tecnológico en lo que respecta a IA tiene un crecimiento exponencial que no permitiría usar el desarrollo tecnológico industrial como modelo. Reconoce, además, que el problema es la transición hasta que los nuevos empleos se generen, la cual caracteriza acertadamente como “extremadamente dolorosa”. 

Revisited, ilustración digital de Joaquín Kierbel

2.“Con el sudor de tu frente…” 

Cuando les resultó conveniente, los señores feudales y los empresarios utilizaron con amplio éxito y para su beneficio una idea escrita en el Génesis: “ganarás el pan con el sudor de tu frente”, con lo cual “se condena” al hombre al trabajo al ser expulsado del paraíso tras haber pecado, comiendo del árbol del conocimiento. Esa idea ofrece un sustento excelente para crear una moral que sostiene que se debe merecer la vida y ganarla trabajando, pues se nace pecador y se debe sentir culpa si no se cumple dicho precepto.

Max Weber estudió el papel de esas creencias, e invirtió mucho tiempo y argumentos en relacionar la ética protestante con el capitalismo: la prosperidad material -no la ostentación, sino la acumulación de riqueza- era un indicador de salvación eterna, ante el silencio de Dios, que no declaraba explícitamente quienes eran los elegidos[5]. El empresario protestante se afanaba en acumular, mientras miles de obreros no salvados vendían su fuerza de trabajo por la mínima garantía de una subsistencia pobre, no siempre lograda.

Los trabajadores (trátese de campesinos, o bien obreros asalariados) siempre llevan las de perder en estas construcciones de significado. En la sociedad feudal cada quien ocupaba el puesto que le tocaba en la sociedad por voluntad divina, desde el campesino al rey; en la sociedad capitalista de moral calvinista, los obreros que no acumulan riqueza evidentemente no están predestinados a la salvación. Hay entonces una tendencia, a lo largo del tiempo, a legitimar la desigualdad mediante superestructuras ideológicas que se ofrecen para ser internalizadas por igual tanto para los beneficiados como para los perjudicados por el orden de cosas.

La legitimación en los casos mencionados venía de un discurso religioso. Ya en la afirmación “ganarse la vida” como sinónimo de trabajo está implícita la antes mencionada raigambre bíblica: la antiquísima idea de que hemos pecado por nacer; el trabajo se representa como obligación o deber moral. Construcciones posteriores buscarán legitimar la  desigualdad social y el sacrificio de muchos en favor de un progreso para pocos, en la ciencia, las pseudociencias o bien nuevas “filosofías” o “religiones” que van reemplazando a la Divinidad Omnisciente de raigambre cristiana.

Cálido, ilustración digital de Joaquín Kierbel

3.“Adáptate o muere”

Sin desprenderse de esos vínculos históricos, el trabajo es además un constituyente esencial de la identidad como sujeto partícipe de una sociedad, y una de esas ideas que son objeto de construcciones con fuertes connotaciones actitudinales. Como tal, el trabajo es consagrado como un derecho, por la normativa internacional[6] y también la Constitución Nacional[7]. Si existe una ley, de alcance universal, que tipifica como delito quitar la vida, la vida humana es obviamente un derecho. Ahora bien, cuando los cambios a nivel económico, político, tecnológico, privan al ser humano de su medio de vida, la ley no siempre tipifica eso como un delito. Ese vacío normativo es lo que debe subsanarse con la legislación adecuada.

El derecho es una institución humana, creada por personas, debe ante todo defender los derechos humanos, y el derecho al trabajo entre ellos. Donde no hay ley, siempre hay defensores oficiosos del poder, orgullosamente prestos a defender el “derecho al progreso”, sin dar lugar a la reflexión de qué significa dicho progreso, en favor y nombre de quién, y a costa de quiénes. Re-victimizando a la víctima, cargando en ella la responsabilidad de adaptarse y cuando no, la culpa (mea culpa, mea maxima culpa) por lo que le sucede. Era y es así responsabilidad del siervo, del obrero, del empleado, posicionarse en la vida favorablemente de acuerdo a los tiempos pautados por poderes de los que se los excluye, de modo tal de no ver su vida arrasada por la celeridad de un mundo que no va a esperarlo si no es lo suficientemente rápido como para seguir el paso, justificándose en conceptos fuertemente apoyados en las ideas de meritocracia e individualismo.

La idea de que la IA “brindará más puestos de trabajo que aquellos que eliminará” y que quienes señalan los riesgos se oponen a “la Cuarta Revolución Industrial”, como aquél grupo de luditas que destruía maquinaria industrial, son intentos de asimilar algo nuevo, perturbador y para lo que no hay un significado unívoco construido, a algo más antiguo y conocido. Pero al mismo tiempo, busca un efecto desmovilizador en la sociedad, pretendiendo instalar una idea de “inevitabilidad” ante un orden de cosas inmodificable, sobre el cual nuestras opciones quedan reducidas a un resignado “adáptate o muere”

Quienes sostienen esa asimilación de modo acrítico representan, en ocasiones sin siquiera ser conscientes de ello y rehusandose indignados cuando se les señala, la ideología del adaptacionismo. 

La psicóloga social argentina Ana Pampliega de Quiroga (2016) lo definía de esta manera: 

“Una de las cosas que ha generado este “nuevo orden mundial” [entendido como el marco de globalización y la hegemonía de las democracias liberales y el capitalismo desde finales del siglo XX], en todos sus mensajes y en su forma de organización de la experiencia, es un mandato de adaptacionismo. La idea de irreversibilidad es: o te adaptás o desaparecés. Entonces, el mecanismo de la alienación es la identificación con el agresor. Son los que asumen los ideales del nuevo orden, los que creen en ese mensaje, a costa de negar sus propias necesidades. Ese fenómeno se llama “sobreadaptación”. Es la negación de las propias necesidades, la negación de sí mismo, la falsa identidad, el asumir la identidad que el opresor le otorga, el que no es visto como opresor, sino que el otro se identifica y se fusiona con él”. 

El desafío es combatir las representaciones sociales que contribuyan a la adaptación “pasiva”, a la internalización subjetiva de la inevitabilidad y a la naturalización de la sustitución del trabajo humano como un proceso irreversible, la cual conduciría a una postura de “indefensión aprendida”.[3]

Steady shadows, ilustración digital de Joaquín Kierbel
Civil bedrock, ilustración digital de Joaquín Kierbel

4.Mariposa de alas negras

Una de las más comunes referencias al concepto de adaptación tiene su origen en los estudios de Darwin, quien intentaba comprender cómo cambiaban las especies a través del tiempo.

Hay una malinterpretación común de la teoría evolutiva que se presenta comúnmente en ideas meritocráticas del orden de “la ley del más fuerte”. Cómo es conocido las especies que sobreviven son las que mejor se adaptan a su ambiente, pero se suele extender de ello una errónea relación de intencionalidad o virtud a las especies que salen “victoriosas” del proceso de selección natural. En la teoría evolutiva, los cambios que sufren las especies a lo largo del tiempo son producto de mutaciones aleatorias, de las cuales y al prolongarse sus implicaciones filogenéticas sobre cientos de miles de años, se arriba lo que llamamos adaptación. No llevando como guía de su perpetuación una idea de especies que imperaron por mayor “fuerza” o “voluntad” surgida del mérito, sino de que tan privilegiante resultaba una mutación azarosa en el contexto del ecosistema en que se encontrase el espécimen, y lo largo de extensísimos periodos de tiempo.

De más está decir entonces que este proceso de adaptación no ocurre durante la vida de un individuo de la especie. Pero lo que sí puede cambiar mucho más caprichosamente, es su ambiente. Por tomar un ejemplo: ciertas mariposas de color gris claro sobrevivían en una remota población donde su color les permitía camuflarse en las cortezas de árboles claras grisáceas, porque los predadores no las distinguían con facilidad y por ende, se alimentaban de aquellas que eran negras o de tonos más oscuros que contrastaban con la corteza. Con el desarrollo industrial y el humo de las fábricas, el entorno comenzó a ennegrecerse y consigo los árboles, con lo cual las mariposas claras comenzaron a destacarse del fondo y a ser engullidas con mayor frecuencia que aquellas que eran oscuras, invirtiendo la relación. 

Al viajar buscando evidencia empírica para su teoría que buscaba revolucionar la biología, estornudar en nuestro sur y escribir su monumental obra El origen de las especies, Darwin no albergaba pretensiones de una teoría para explicarlo todo en el mundo. Pero tenía un primo en Inglaterra con otras ambiciones, sir Francis Galton. La familia de Darwin se destacaba en ciencia, la de Galton, en el rubro de bancos y venta de armas. Este excéntrico personaje tenía un amplio espectro de intereses y entre ellos, determinar el papel de la herencia de diversos atributos. Comenzando con algunas características biométricas, pronto expandió su área al estudio de variables inobservables -en psicología llamadas “latentes”- tales como la inteligencia, labor que continuaron de modo entusiasta distintos investigadores a lo largo del siglo XX y hasta el presente.

Este controvertido, fascinante y polisémico concepto se ha convertido en uno de los tótems de la cultura y la ciencia occidental. Con el desarrollo de la estadística, que buscaba aplicar herramientas matemáticas al servicio de una producción industrial en pujante desarrollo, la medición de la intangible “inteligencia” atravesó un periodo de proposiciones teóricas llegando a la construcción de metodologías que la ajustasen a una distribución popularmente conocida como “curva normal” o “campana de Gauss”. Esta prosperó rápidamente, y ganó adeptos interesados en la novedad que prometía determinar científicamente el nivel intelectual de una persona. Grosso modo, permitiría clasificar a las personas en tres grupos: las que están dentro del área central de “inteligencia normal o promedio” (es decir no se desviaban de la media más que el desvío estándar del grupo), quienes están por debajo de esa media, y quienes se desvían por encima.

Con el desarrollo de la escolaridad masiva y la necesidad de evaluar personas para enviar a la guerra, entre otras cosas, durante el siglo XX se impulsó el desarrollo de las pruebas de inteligencia, también conocidas como tests. Con esa herramienta, millones de personas han sido “pesadas, medidas y halladas defectuosas” en diversos ámbitos, para empezar: el escolar y laboral. Darwin tuvo una descendencia indeseable en el campo de la economía, la sociología y la antropología, y en quienes evalúan las “aptitudes” mediante tests en el ámbito educativo.

¿Qué más conveniente a un sector privilegiado que tener una base “científica” que sustentara la herencia genética como el motivo por el cual existe la desigualdad económica? La idea de que la pobreza se relaciona con un bajo coeficiente intelectual, y que por ende los más afortunados económicamente lo son porque existe una diferencia natural, por ende no modificable mediante cambio de condiciones sociales y una educación de calidad. Considerando que esta idea de la inteligencia fue creada y desarrollada en Occidente, naturalmente las personas de otras culturas, que ni la sostienen ni la conocen, no se encontrarían en los niveles aceptables de los tests. Ello fundamentaría una división del trabajo fundada en las “aptitudes”, relegando a las tareas “manuales” a quienes dan bajo en los tests, y aquellas llamadas “intelectuales” estarían reservadas para quienes rindan de modo promedio o superior. Permitiría a la nobleza inglesa explicar por qué hay lores y pobres, y además tener una perfecta y “lógica” justificación de la explotación colonial en todo lugar donde su flota echara anclas.

Tal concepción resulta, además de sesgada: obsoleta, ya que privilegia las llamadas “inteligencias académicas” con perspectiva occidental, y ha sido y continúa siendo desacreditada en nuestro ámbito académico por investigadores del campo de la educación (Kaplan, 2009, 2013), además de señalársele la multiplicidad de sesgos racistas y discriminatorios que la posicionan en la historia en vitrinas compartidas con pseudo-ciencias tales como la frenología. Actúa a su vez en desmedro de una variedad de lo que podemos interpretar cómo otros tipos de inteligencias sumamente ricas, que se desarrollan en múltiples contextos de resolución de problemas en la vida cotidiana y que por supuesto se adquieren no solamente mediante la educación académica, sino en contextos de educación no formal. Y hace a un lado que, si bien pueden existir componentes hereditarios en todo ser humano, hay un potencial que solo se desarrolla en condiciones de estimulación enriquecida, a los cuales el acceso no es garantizado para todos (Cfr. Gardner, 1994, 2001,2005). Será por ello que a los defensores del neoliberalismo en el que afloran estos paradigmas les irrita la idea de una educación gratuita y de calidad como derecho humano básico. 

Se entiende entonces que la ideología del libre mercado, entendida como una que se rige por la competencia y donde solo sobrevive quien se adapte, es una variante nacida de las ideas mencionadas, de la perversión y malinterpretación cargada del concepto original de Darwin, con la premisa implícita de que las sociedades humanas se organizan de un modo idéntico a la de su interpretación de la naturaleza y debe regirse por las mismas leyes, en una suerte de absolutismo biologicista.

Personas con inconscientes neo-spencerianos abundan, elevando el índice para señalarles a los desplazados qué deben hacer. Sin embargo, parafraseando lo que decía Lester Thurow en un artículo antiguo pero no menos vigente, las condiciones de la sociedad humana no son como las condiciones climáticas, algo que debemos aceptar porque no podemos cambiar. 

Parafraseando a Marx, las condiciones sociales forman parte del mundo humano, han sido construídas por personas; por lo tanto se sigue que pueden y deben ser modificadas para las personas, resguardando los derechos de las mismas. Si la estructura de relaciones de producción entra en conflicto -como en toda sociedad- con los derechos de un sector de la sociedad, entonces ese sector tiene el derecho, y también el deber, de organizarse para modificarla y asegurar su defensa.

Quienes defienden enfáticamente la necesidad de que los perjudicados se “adapten” asumen implícitamente esta idea de que existe un “orden natural” que sustenta el mentado progreso y que nada puede hacerse. La idea de inevitabilidad es algo que de modo desembozado intentan se inscriba en nuestra subjetividad.

Ahora bien… somos las mariposas grises, y el futuro se ennegrece.

Univisium, ilustración digital de Joaquín Kierbel

 En resumen:

Asistimos a una etapa de desarrollo tecnológico cuyas características son cualitativamente diferentes a otras tecnologías humanas incluso en el pasado reciente. La altísima velocidad de desarrollo de las tecnologías no permite a las personas adaptarse activamente  y afecta actividades consideradas como derechos humanos fundamentales: trabajo y educación.

El empleo de los medios de comunicación masiva como formas de construir representaciones sociales orientadas a una aceptación pasiva es evidente en la lucha por instalar imágenes de la IA como una tecnología irreprochablemente beneficiosa mediante la asimilación a etapas de la historia previas, utilizando analogías falaces y el recurso a potenciales beneficios especulativos a futuro, con los que se pretende tapar los daños actuales al modo del fin justificando los medios.

Es sumamente necesario combatir estas representaciones que invisibilizan el sufrimiento humano así como se ha invisibilizado previamente el sufrimiento de campesinos, obreros explotados y en este mundo actual, millones de personas desempleadas y pauperizadas.

Es indispensable una participación activa de distintos actores sociales, organizados cooperativamente, para exigir en el marco de la participación democrática a sus representantes en los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, la regulación de las IAs, tanto a nivel nacional como internacional, exigiendo el respeto de derechos humanos fundamentales: trabajo, salud, educación, información sobre el uso de sus datos, y a negarse a ser partícipe de la producción y aplicación de los mismos.

• Ensayo escrito por Luz Castro, licenciada en Psicología (UNMDP), especialista en Constructivismo y Educación (FLACSO), integrante de Arte es Ética.
• Edición e ilustraciones a cargo de Joaquin Kierbel, artista digital/3D, VFX, integrante de Arte es Ética.
• Diseño y maquetación web: Naida Jazmin Ochoa, diseñadora gráfica, ilustradora. Coordinadora del colectivo Arte es Ética.

[1] Una búsqueda rápida en Google arroja cerca de 896,000 resultados en 0.68 segundos.

[2] Para una discusión sobre el uso del término, se recomienda ver: CAPITAL y LUDISMO en la era de la Inteligencia Artificial | encuentro 1. Sucksdorf, Kierbel y Caruso discuten algunos conceptos clave en el debate. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=vuUb-qQuidw

 [3] “indefensión aprendida” es el término que Seligman y sus colaboradores acuñaron para referirse a las consecuencias que tiene el haber aprendido que uno no puede controlar los acontecimientos” (citado por Anastasio García Bernal, 2007). Transferido a este contexto, la idea de que es imposible accionar ante el avance indetenible de las IAs ya que no se visualiza una forma de controlarlas, lo cual es lo contrario a lo que sostenemos en este colectivo. Instalar en los medios de comunicación esta idea apunta a construir este tipo de creencias, al insistir repetitivamente por distintos canales en ella.


BIBLIOGRAFÍA Y REFERENCIAS

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INSTITUTO NACIONAL DE FORMACIÓN DOCENTE (2023) Jornada 1Inteligencia Artificial, Internet y Microchips.
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KAPLAN, C. (2007). La intelgencia escolarizada. Miño y Dávila eds.
KOLMAR, Ch.. (2023) Artificial Intelligence and job loss statistics: How job automation impacts the workforce.
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OVEJERO BERNAL, ANASTASIO  (2007) Psicología Social Crítica. Ed. Biblioteca Nueva.
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