Cristian Sucksdorf Dr. en Filosofía / UBA
Dice Jorge Castro en el artículo LA IA SE ABRE PASO A UN FORMIDABLE BOOM DE PRODUCTIVIDAD en diario Clarín:
“Este boom de productividad desatado por la IA es parte integrante de lo que se ha denominado la Cuarta Revolución Industrial (CRI), que es la digitalización forzada de la manufactura y los servicios, y que se desarrolla utilizando tres tecnologías fundamentales, que son la IA, la Internet de las Cosas (IoT), y la robotización; y que culminaría en el mundo avanzado, incluyendo China, en 2030, o antes.
Apenas en dos párrafos se logra ver la magnitud del problema que enfrentamos.
“Las consecuencias son las siguientes: más de dos tercios de los actuales puestos de trabajo de EE.UU. y Europa serían automatizados en los próximos 10 años.
Hay que agregar para evitar toda apresurada visión catastrófica que el desplazamiento de trabajadores que provocaría la ola de automatización que se aproxima arrastrada por la IA sería superada por un proceso de creación de nuevos puestos de trabajo cuantitativa y cualitativamente superior, con la particularidad que los nuevos empleos requerirán necesariamente un nivel de calificación extremadamente elevado, y que por eso, precisamente, ofrecerán salarios dos y tres veces mayores”
Lo que el periodista no dice -y más bien, esconde- es en qué se sostiene la idea de que esos puestos de trabajo vayan a ser “cuantitativamente superiores”, es decir, que sean más que esos dos tercios del total de los puestos de trabajo actuales que serán destruidos.
Es claro que la emergencia de nuevas tecnologías y nuevos procesos productivos crean nuevos puestos de trabajo, y en tanto demanden habilidades y conocimientos más complejos, esos puestos pueden ser cualitativamente mejores. Sin embargo, lo que es menos claro, es que la creación de nuevos puestos de trabajo (de calidad, no precarizados) vaya a igualar (ya no a superar) el número de puestos de trabajo destruidos. Esto se hace especialmente evidente si miramos la tendencia de las últimas décadas. Los procesos de modernización (automatización, financiarización, informatización, desterritorialización de la producción, etc.) que se fueron imponiendo luego del ciclo industrialista o fordista del capital (pongamos, a partir de 1973), ¿repusieron la cantidad y calidad de puestos de trabajo destruidos? ¿Han retornado, mejoradas en el ciclo neoliberal (1973-2008), las condiciones de pleno empleo? ¿O por el contrario, esas modernizaciones sirvieron para incrementar la acumulación unilateral del capital concentrado a expensas del deterioro del ingreso de lxs trabajadorxs? ¿Acaso la movilidad social ascendente no engrosa ya el catálogo de animales extintos, o peor aún, fabulosos?
La experiencia de la Argentina puede iluminar la cuestión: en la década de los noventa Carlos Menem culminó las tareas pendientes de la dictadura del 76, aplicando ya sin picana, pero “sin anestesia”, lo que quedaba de esa “modernización”. El resultado fueron miles de puestos de trabajo destruidos. Pero la cuestión que acá importa es que en el posterior descenso del desempleo no hubo una mejora en bsoluto en las condiciones laborales, sino que se pasó del desempleo sin más, a un conjunto heterogéneo de situaciones precarizadas: de trabajadorxs por debajo de la línea de pobreza, trabajo en negro, monotrubutistas, freelancers, es decir, trabajadores despojados de todas las conquistas laborales obtenidas en el ciclo anterior. Esta precariedad general aparece como una fractura expuesta a través del sistema de asistencialismo que el Estado debe desplegar para garantizar la gobernabilidad de un pueblo arrasado. El resultado lo conocemos. No en sus peores casos, una generación de adultos que prácticamente es ajena al trabajo en blanco (es decir, el conjunto de conquistas laborales), a la movilidad social ascendente, a la protección de un gremio, el acceso a la vivienda y un interminable etcétera.
Pero es claro que el problema no es la modernización ni las nuevas tecnologías, sino el comando del capital más concentrado, que con esta novedad de las IA solo apunta a eliminar progresivamente (¡aún más!) el peso del trabajo vivo (entiéndase bien, el de quienes vivimos de nuestro trabajo) en el proceso de acumulación de valor. Esta “revolución productiva” debe pensarse más que en el contexto ética y políticamente aséptico del “avance científico” en el barro de la disputa política, de la guerra que el capital no deja de hacer a los trabajadores, un “golpe al mercado laboral”, un golpe tecnológico de mercado, que impulsan y controlan los CEOs de las empresas de IAs generativas como Sam Altman de Open.Ai, developer de Dall-E2, Chat GPT3 y GPT4, Emad Moustaque de Stabiliti.Ai, developer de Stable Diffusion, o Cristobal Valenzuela de Runway, developer de Gen-1 y 2.
Es claro que volver a un ciclo anterior del capital no es un camino posible. Pero se trata entonces, de mínima, de combatir la fenomenal transferencia de ingresos y la inminente destrucción del tejido social que –llovido sobre mojado– se anuncia con esa “revolución productiva” que promete eliminar dos tercios de los puestos de trabajo actuales (y eso en Europa y EEUU, habría que imaginar el destino del llamado tercer mundo).
¿Seremos capaces de anticipar que esa fiesta que se apuran a celebrar es contra nosotrxs? ¿Que no estamos hablando simplemente de tecnología, sino de un nuevo ciclo del capital, que pretende dar otra vuelta de tuerca (más ajuste) a lo que significó la expoliación del ciclo neoliberal?
lee “EMPLEO DE I.A. GENERATIVA, DESEMPLEO DE PERSONAS” de Santiago Caruso