
y brinda apoyo en temas de libertad de expresión y protección de derechos de autor.
Miles de autores estadounidenses, entre ellos Margaret Atwood o Jonathan Franzen, reclaman ser recompensados por el uso de sus obras en el entrenamiento de esta nueva tecnología.

profesora y activista política canadiense.
Fotografía AFP

escritor estadounidense.
Fotografía ©HAGEN SCHNAUSS

escritor estadounidense.
Fotografía Hannah McKay, Reuters
Margaret Atwood, Jonathan Franzen, George Saunders, Sarah Silverman, Michael Lewis, Nora Roberts, así como el Gremio de Autores, la mayor organización de escritores en Estados Unidos, se han plantado contra la inteligencia artificial. Son, en total, miles de autores que han difundido una carta abierta dirigida a los CEO de OpenAI, Meta, IBM o Microsoft para advertir que los nuevos proyectos de inteligencia artificial generativa que están lanzando han explotado sus obras sin su consentimiento, sin respetar los derechos de autor y sin pagarles por ello.
«Es justo que nos compensen por utilizar nuestros escritos, sin los cuales la IA sería banal y extremadamente limitada», dicen los firmantes del texto, que explica que este desarrollo capaz de generar contenidos escritos debe su existencia a sus escritos: «Estas tecnologías imitan y regurgitan nuestro lenguaje, historias, estilo e ideas. Millones de libros, artículos, ensayos y poesías protegidos por derechos de autor proporcionan el ‘alimento’ a los sistemas de IA, comidas interminables por la que no se nos ha pasado factura».
Como se ha venido explicando desde que surgieron aplicaciones como ChatGPT, esta nueva tecnología tiene ya capacidad de escribir artículos, libros, componer música o representar imágenes a toda velocidad; eso que durante tanto tiempo pareció ciencia ficción ya es una realidad. Y los riesgos para el sector son grandes. Ya se está sustituyendo el trabajo de muchos traductores por la IA y sustituyendo las voces humanas de narradores de libros. La amenaza de que libros creados por máquinas abarrote el mercado está ahí.
Y esto es gracias a un trabajo informático, la llamada minería de datos, que durante años ha ido descomponiendo reglas y descifrando patrones de escritura en obras protegidas por derechos de autor; es decir, cuya reproducción y explotación debe ser remunerada. Las compañías interpeladas por los escritores estadounidenses no solo no han hecho esto, sino que, añade la carta, también han bebido de libros colgados en sitios web de piratería. «La IA generativa amenaza con dañar nuestra profesión inundando el mercado de libros, relatos y artículos periodísticos mediocres, escritos por máquinas y basados en nuestro trabajo», advierten los firmantes.
La carta aporta un dato preocupante: en la última década, los autores han sufrido un descenso del 40 por ciento en sus ingresos. Los escritores a tiempo completo ingresaron en 2022 una renta media de 23.000 dólares, muy poco para los estándares estadounidenses. «La introducción de la IA amenaza con inclinar la balanza para hacer aún más difícil, si no imposible, que los escritores –especialmente los jóvenes y las voces de comunidades infrarrepresentadas– se ganen la vida con su profesión».
«Durante años, las obras han sido cosechadas sin consentimiento y sin remuneración para desarrollar productos de software competidores de la llamada IA»
Por todo ello, los autores estadounidenses reclaman, en primer lugar, que las empresas que están desarrollando sistemas de IA generativa les pidan permiso por utilizar sus contenidos protegidos por derechos de autor. Piden además que les compensen por el uso pasado y presente de sus obras. Hace unos días, OpenAI abrió un precedente, cuando anunció un convenio con Associated Press para incorporar las noticias de la agencia a su minería de datos. La reciente huelga de actores que ha paralizado Hollywood tiene entre sus reivindicaciones una regulación de la IA.
Este escrito del Gremio de Autores se une al que presentó en abril el Consejo Europeo de Escritores, que representa a 46 organizaciones profesionales de 31 países. Las reivindicaciones eran las mismas: «Durante años, las obras profesionales de los más de un millón de escritores de libros de todos los géneros del sector europeo han sido cosechadas sin consentimiento y sin remuneración para desarrollar productos de software competidores de la llamada IA». A esto, añadía este texto, «lo llamamos robo, parasitismo». Y acusaba a las instituciones europeas de adoptar una «política miope» frente a las compañías desarrolladoras de programas de IA.
A juicio de los autores europeos, los resultados de esta nueva tecnología «no tienen nada que ver con la inteligencia cognitiva, emocional y creativa en la que se basan todas las obras de arte, cultura y literatura», y «no pueden proporcionar nuevas invenciones, pensamientos o descubrimientos», porque todo lo que ofrecen son copias, pastiches: «No hay nada fundamentalmente inteligente en el proceso. […] Son una devaluación de la originalidad única de las obras elaboradas por el intelecto y la habilidad humanos».
Pese a estas exigencias, la regulación en el ámbito comunitario va despacio. El pasado 14 de junio, el Parlamento Europeo aprobó su propuesta al reglamento en materia de IA, que seguirá definiéndose a lo largo de los próximos meses, a buen seguro, entre fuertes presiones de los distintos lobbys. En este ámbito, se está trabajando en que se pueda distinguir entre los contenidos elaborados por IA y por humanos, y que se identifiquen las fuentes usadas, para su correspondiente remuneración. El Parlamento Europeo, el Consejo y la Comisión aún deben abordar trabajos conjuntos para terminar de confeccionar el texto definitivo.