La producción artificial de contenidos mediante la información de bancos de datos, aparte de una vulneración de los derechos de autoría, es un mecanismo de control devastador que distorsiona la realidad y entumece el pensamiento crítico.

Colaboración con La Directa n°581, sección de Pensamiento.
“La IA generativa, una maquinación extractivista”
⮞ Texto escrito por Nia Soler Ilustradora, artista visual y escritora. Integrante del colectivo Arte es Ética
⮞ Ilustración: Vane Julian
Ilustración editorial y publicitaria.

La aparición de la inteligencia artificial generativa nos sitúa ante un supuesto escenario de múltiples oportunidades y ventajas, pero este panorama de entusiasmo es sólo un espejismo que desdibuja el auténtico carácter opresivo e invasor de esta tecnología. A través de un discurso publicitario engañoso, las compañías desarrolladoras la presentan como una solución para cualquier tipo de problema. Pero, en la práctica, está originando más perjuicios que beneficios en los ámbitos donde está siendo utilizada. Esto desencadena una controversia global en torno a la legalidad, la ética y la seguridad de este nuevo modelo de negocio basado en la extracción y en la mercantilización de datos alojados en Internet.
“Esta tecnología, desprovista de sus múltiples disfraces, no es más que un lucrativo negocio basado en un voraz extractivismo de datos que recuerda, en cierto modo, al colonialismo más feroz.”
En 2022, la industria creativa fue la primera en recibir el impacto de esta tecnología y la más perjudicada tras el lanzamiento de los principales servicios comerciales generativos como Stable Diffusion, Midjourney, Dall-e y ChatGPT, entre otros. Anunciada y ofrecida como una “herramienta creativa”, la realidad es que la IA generativa ha sido desarrollada para funcionar como un sistema de plagio automatizado a gran escala. Afirman que es capaz de crear obras nuevas y originales, pero es sólo una más de las muchas falacias que las compañías tecnológicas utilizan para vender sus productos. Los servicios de IA generativa sólo pueden reproducir un resultado a partir de las obras existentes en sus bases de datos, no pueden crear nada desde cero. Lo único que hacen estos programas es presentar a los usuarios unos resultados que se corresponden con las indicaciones que hayan ordenado. Escribir un prompt no convierte a nadie en ilustrador, diseñador o escritor. La aptitud artística se desarrolla con el tiempo y a través de la experimentación. Es un proceso, no un resultado instantáneo.
No existe creatividad en una obra generada de manera automática por algoritmos, porque ésta es una capacidad humana que nos permite pensar más allá de los límites establecidos, y nos alienta a imaginar y a crear obras únicas que logran transformarnos como individuos. El objetivo de las compañías desarrolladoras nunca ha sido ayudar a los artistas, sino ofrecer un servicio al que pudieran recurrir otras empresas para poder prescindir de los profesionales creativos y favorecer así la reducción de costes laborales y el aumento de sus beneficios.
La clave de este conflicto la encontramos en el modo en el que estas corporaciones extraen los datos para entrenar sus modelos generativos. La compañía StabilityAI logró eludir desde el principio la legislación europea vigente en materia de Privacidad y Protección de Datos al servirse de una empresa sin ánimo de lucro llamada LAION, con sede en Alemania, que realizó un raspaje masivo de datos de todo el contenido de Internet, alegando fines de investigación. De esta manera, consiguió obtener la autorización que le permitiría apropiarse de aproximadamente 6.000 mil millones de imágenes sin solicitar el consentimiento obligatorio a los autores de las mismas, y después transferir ese vasto conjunto de datos a su modelo comercial generativo Stable Diffusion. Esta práctica constituye una violación de la Ley de Propiedad Intelectual y de la Ley de Privacidad y de Protección de Datos, porque este conjunto de datos no sólo contiene obras protegidas por derechos de autor, sino que también incluye informes médicos, datos biométricos y otros registros privados y sensibles de millones de personas, además de abundante pornografía y material CSAM (abuso sexual contra niños y adolescentes) verificado por el Observatorio de Internet de la Universidad de Stanford.
En la actualidad no existe ningún servicio de IA generativa que sea ético o lícito. Todos, sin excepción, vulneran derechos fundamentales al estar basados en el mismo conjunto de datos con el que fue entrenado Stable Diffusion. El modo de proceder de estas grandes corporaciones multimillonarias ha sido, y sigue siendo, de forma intencionada, lesivo para la comunidad artística. Porque no sólo no solicitaron el consentimiento explícito a los autores, sino que tampoco les ofrecieron compensación económica por la explotación de sus obras. Sam Altman, director ejecutivo de OpenAI, admitió en mayo de 2023 que había infringido los derechos de autor con ChatGPT. Y no fue el único. Varias de estas compañías afirmaron también que, de no infringir los derechos de autoría, no habrían podido desarrollar estos programas con la calidad requerida, porque, según los investigadores, los datos más valiosos se obtienen de obras que han sido realizadas por profesionales.
Tal y como recogía The New York Times en un artículo en el mes de junio, directivos, abogados e ingenieros de Meta “debatieron la posibilidad de recopilar datos protegidos por derechos de autor de todo Internet, incluso si eso significaba enfrentarse a demandas judiciales. Negociar licencias con editores, artistas, músicos y la industria periodística llevaría demasiado tiempo, dijeron”. Declaraciones como esta no son una demostración de honestidad y transparencia repentinas, sino que se producen como resultado de las numerosas demandas colectivas interpuestas por artistas y grandes empresas preocupadas por la vulneración de los derechos de autoría respecto a sus marcas comerciales. Molly Crabapple, reconocida artista y escritora estadounidense, que se encuentra entre los artistas afectados, resumió esta situación en una frase: “Estamos ante un robo empresarial masivo de obras de arte.”
“Anunciada y ofrecida como una “herramienta creativa”, la realidad es que la IA generativa ha sido desarrollada para funcionar como un sistema de plagio automatizado a gran escala.”
El propósito de las Big Tech a través de la IA generativa es despojar a los artistas de sus derechos como autores y privarlos de la posibilidad de desempeñar su profesión bajo unas condiciones laborales dignas. La industria creativa no necesita este instrumento porque “la IA generativa no es realmente útil”, afirmó Meredith Whittaker, presidenta de Signal y cofundadora del AI Now Institute, en la cumbre de Inteligencia Artificial del Washington Post Live. La ejecutiva fue categórica al expresar que “Silicon Valley funciona gracias a las exageraciones del capital de riesgo, y este capital de riesgo necesita exagerar para tener un retorno en la inversión, porque lo que necesitan es una oferta pública inicial o una adquisición. No se vuelven ricos porque la tecnología funcione, se vuelven ricos mientras la gente crea que funciona por suficiente tiempo como para que una de esas dos cosas les de dinero”. Si entendemos la democracia como un sistema que promueve y permite el respeto de los derechos de las personas, podría decirse que las prácticas de estas empresas no son democráticas, sino más bien maniobras más propias del totalitarismo cuya única pretensión es someter a la población a su voluntad monopolizadora.
Esta tecnología, desprovista de sus múltiples disfraces, no es más que un lucrativo negocio basado en un voraz extractivismo de datos que recuerda, en cierto modo, al colonialismo más feroz. Porque, aunque en esta ocasión no se apodere de territorios físicos, sí se adueña del espacio virtual que contiene la información privada de casi toda la población mundial. Despilfarra recursos naturales para que sus centros de datos funcionen de manera óptima, contribuyendo de esta manera al deterioro del medio ambiente y al agravamiento del cambio climático. Se apropia del valor del trabajo ajeno sin hacer una redistribución justa de la riqueza obtenida. Nos induce a la dependencia tecnológica para realizar cualquier tarea y a la atrofia de nuestras capacidades cognitivas, lo que podría conducirnos a experimentar una normalizada servidumbre.
La IA generativa se está erigiendo como un mecanismo de control sobre el pensamiento crítico hasta el punto de haber convencido a la opinión pública de que es un símbolo inequívoco de progreso, a pesar de las evidencias que indican que puede llegar a convertirse en una de las mayores generadoras de opresión, devastación y desigualdad en el mundo.

Artículo escrito por Nia Soler | Ilustración: Vane Julian

