FUNDIDOS, COMO QUESO Y FIAMBRE

por Santiago Caruso para Arte es Ética

Este es el primer comercial completamente automatizado por IA. Fue prompteado y posteado por PizzaLater, usuario de Reddit que prefiere mantener su nombre en el anonimato. El guión fue generado por Chat GPT y Runaway Gen2, una herramienta de IA de texto a video, generó los clips. Pero ¿qué es lo que está mal en el video?

La disolución del sentido vincular entre los cuerpos es lo que que fisura la imitación de la realidad. La relación lógica que debiera haber entre los cuerpos en acción con los elementos se vuelve ahora algo siniestro.

Y no me refiero a lo meramente morfológico, que es la superficie del espanto y el desatino, sino a lo absurdo de una experiencia vital generada artificialmente por una IA. Intentando obviar a las personas cuyas caras fundidas erran y muerden el vacío, o a la espátula que vierte salsa de tomate, al maestro del horno cuyo brazo es la pala y la pizza humeante al mismo tiempo, o al repartidor tan alto que apenas pasa por la puerta, me pregunto ¿por qué un modelo inteligente representa cosas así de irracionales? 

La explicación más obvia es técnica. Esta tecnología no opera en una creatio ex nihilo, sino que fragmenta y descompone las imágenes y videos, precisamente, para ocultar las fuentes de las cuales se sirvió para la generación automatizada. Las devuelve como algo masticado. En ese acto sí que no erra la “mordida”.

Pero lo que no alcanza a capturar es justamente la experiencia que para los cuerpos es la condición inicial de ser, pero para la IA generativa es un imposible. La experiencia es incognoscible para un modelo de lenguaje, cuya relación con el mundo físico se limita al procesamiento de los signos que aluden a las relaciones inteligibles entre todo cuerpo, pero que en el caso de los softwares se limita a funcionar en unos cientos de servers. De las millones de relaciones posibles entre los cuerpos en el mundo físico orgánico, sólo puede predecir estadísticamente dónde debería haber tales píxeles en tal punto del espacio bidimensional o tales palabras asociadas entre sí, en base a interpretar resultados de la producción humana. Esto es, datos derivados de actos humanos. 

Pero los Grandes Modelos de Lenguaje (LLM) no pueden conocer ni experimentar el mundo en su realidad, como lo hace cualquier organismo verdaderamente inteligente. Toda comunidad humana de hoy conoce lo que es hacer o comer una pizza. Sin embargo, el sentimiento horroroso que el video transmite radica en que esa experiencia es precisamente la que está escindida de la secuencia de imágenes. 

De igual modo, nos está siendo arrancada aceleradamente la posibilidad y profundidad de la experiencia, no sólo por la intromisión de la IA generativa, sino por todo lo que la inflación y la reciente pandemia nos arrebató de la vida en sociedad. En este retiro al que fuerzan a lxs creativxs, somos instados a la delegación de tareas en la máquina como si esto fuera un asunto trascendente para el ser humano. Lo que pretenden que sea delegado es la facultad de creación de valor y sentido que tiene el arte.

Con el tiempo, el algoritmo podría refinarse en la simulación de la experiencia humana que hace a través de imitar la imagen superficial de ella: un enmascaramiento optimizado de lo que este video evidencia. Esta posibilidad debería hacernos reflexionar sobre lo que estos desarrollos tecnológicos buscan hacer y cómo pueden afectar nuestro vínculo social con el mundo, aún más que la pandemia de covid-19.

Del comercial automatizado, lo revulsivo que asoma en la incoherencia de los cuerpos y en sus acciones artificiales es apenas el síntoma de los males venideros.El horror tras la pantalla se cifra en la automatización de la experiencia posible de cada persona. 

La lógica de lo vivo interrelacionándose para coexistir va siendo sustituida por la lógica de una simulación acelerada de todo proceso vital, a través de volver todo acto a datos apropiables y controlables por los dueños de las plataformas de IA generativas.

Esto es, la estructuración de un poder que reordena todo lo vivo en una lógica del cómputo orientado a la optimización de obtener el mayor rédito en el tiempo más acotado. Un tiempo inhabitable para cuerpos fatigados y vampirizados a través de la toma de todo su valor vuelto ahora mera “data”. 

Es imposible acelerar los cuerpos para competir con una maquinaria cuyo punto de partida es el extractivismo y saqueo de recursos humanos a nivel mundial. 

La apropiación de datos por parte de privados para automatizar el lucro generado por algoritmos imitativos y derivativos de todo valor humano es la última forma evolutiva del capitalismo que conocemos. 

Los algoritmos ya controlan los sistemas financieros y de las criptomonedas.  Y si ahora operan sobre el ámbito laboral de media y alta demanda cognitiva, capturando lo producido en el campo de la autoría de investigación científica o de bienes culturales, liquidarán el valor de cambio que toda obra humana puede crear al automatizarla y desplazar a las personas. Lo que resulta es un sistema donde todo está atravesado y, mediana o totalmente transformado en su proceso por la lógica de la mercancía. 

Una mercancía abaratada y, por consecuencia, precarizante del trabajador o del creativo, que ahora se busca desplazar a ser un operario al final de la cadena de montaje controlada por la minoría más pequeña del mundo: los ultra ricos. El algoritmo es el patrón al que obedecen incluso sus dueños, porque no importa lo que decida, siempre es en beneficio de la cúspide de la pirámide de explotación y al mismo tiempo, un ente inmanejable.

Esto es lo que debe causarnos más repulsión que el comercial automatizado de pizza, porque es la verdad detrás del error actual. Debe encomendarnos a la corrección de ese error, que parece el primero de una cadena de silogismos inferidos por máquinas. Debe instarnos a imaginar y propulsar nuevas y más refinadas medidas regulatorias sobre qué se puede y qué no se puede hacer con nuestros datos. 

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