Empleo de I.A. generativa. Desempleo de personas.

Santiago Caruso | artista visual, editor para Arte es Ética

el siguiente artículo de opinión se inserta en un diálogo escrito con el Dr. en Filosofía Cristian Sucksdorf

El Confidencial publicó hace unos días una entrevista donde Cristóbal Valenzuela, cofundador de Runway, una IA generativa de video e imagen con millones de usuarios en todo el mundo, celebra lo siguiente:

“Después del iPhone nacieron una serie de aplicaciones impensables hace 10 años. Con la IA y los modelos generativos está ocurriendo algo incluso mayor. Se podría comparar de hecho con la invención de la imprenta. En el momento en el que fuimos capaces de crear conocimiento de forma automática, todo cambió.”

Cristobal Valenzuela, CEO de Runway

Nos permitimos dudar de que la implementación global de la IA generativa produzca directamente nuevos puestos de aplicación de trabajo humano, sino más bien de la tecnología que se presenta como capaz de simularlo. No sólo porque ésta se desarrolló y subsiste en base a una alimentación continua y creciente de datos -fotos, videos, arte- tomados sin consentimiento, sino también porque la mera puesta en actividad de plataformas que emulan procesos creativos de cientos de autores manifiesta una clara adversidad con estos últimos.

Sin embargo y, a propósito de la relación que establece Valenzuela entre IA generativa y la imprenta, es pertinente señalar que a partir de la invención de la misma en Europa en el año de 1440, se dió una mayor circulación del conocimiento, primeramente concentrado por el clero. Ese aspecto transformador del invento es motivo de celebración.

Pero desde el siglo XVI al XVIII, la concentración del valor de cambio del conocimiento humano, pasó del claustro de la Iglesia Católica a las arcas de los dueños de la maquinaria tecnológica capaz de reproducirlo en libros. 

Este oligopolio renacentista hizo que los escritores y grabadores se vieran expropiados de su obra y de la contraprestación correspondiente por la venta de la misma. Fue varios siglos más tarde, en abril de 1710, que el Estatuto de la Reina Ana, creó el primer antecedente histórico del derecho a copia, otorgado sólo a los creadores de la obra y no a los dueños de las máquinas que podían replicarla.

Afortunadamente no vivimos en el siglo XVI, sino en un tiempo en que las personas cuentan con derechos fundamentales que las amparan respecto del mal uso que otros hagan del fruto de su obra. Desde el siglo XVIII, las leyes evolucionaron para reconocer la necesidad de regular sobre derechos de autoría, en función de fomentar la creación de valor original en el campo del  conocimiento y del arte, porque la desprotección fomenta el plagio y la expoliación.

Pero hoy, ese escenario comienza a retornar y a imponerse de modo acelerado. 

¿Otra vez los dueños de las máquinas se apropiarán de la obra humana? 

Continúa Valenzuela:

“La IA va a ser uno de los cambios históricos en la industria del vídeo y el entretenimiento. Va a impactar a todas las empresas que distribuyen vídeo, incluido YouTube. Creo que solo hay dos momentos comparables en relevancia. El primero fue la invención de la cámara, la idea de poder capturar la luz. Ahora podemos hacer todo eso porque hubo ese momento tecnológico hace más de 150 años. El segundo es la creación de internet, que modificó las reglas de distribución para siempre. Para mí la IA en temas de vídeo es una nueva cámara. Y una de las cosas que va a pasar y que ya está ocurriendo es que distribución y creación se van a fusionar. No estamos muy lejos de generar vídeos y películas de forma automática. Eso significa que tú podrás estar en cualquier película que siempre quisiste estar, podrás ser el actor principal y crear una cantidad infinita de vídeos.” 

Controlar, a una vez, la generación del arte degradada como contenido” (imagen, texto y video) y su distribución, configura una sustitución de casi todo creativo, además de concentrar los resultados de ese proceso automatizado, en un mercado de carácter fuertemente oligopólico

Cristobal Valenzuela, CEO de Runway

El arte es ahora transformado en mercancía: un contenido rápido y barato generado para consumo de personas precarizadas, tanto en la figura de artistas ahora precarizados e la figura de usuarios de las plataformas, como también para consumidores de esos mismos productos artificiales en otros medios. 

Pero las personas directamente desplazadas de los puestos de trabajo actuales, podrían incluso no acceder a ese consumo, a menos que el aplastamiento del “costo laboral” también lleve a un aplastamiento de precios de los productos artificialmente generados. 

El cálculo relacional de costo/beneficio que hace un empleador se orienta a utilizar lo producido automáticamente por IA generativa antes que la contratación de creativos integrales. Pero mientras los jefes de agencias publicitarias, estudios de animación o diseño de videojuegos ponen a sus artistas a usar y entrenar modelos de IA que les son ajenos, sus verdaderos dueños acopian el valor y capacidades de todo el entrenamiento.  

En sólo unos meses, las mismas plataformas generativas podrán contar con el producto que estas agencias ofrecen hoy, por contar con la data para generarlo y vendérselo directamente a los usuarios de Runway, Midjourney o GPT4. El entre-vistador va al punto: 

“Hay un debate casi filosófico detrás de todo esto, y es si realmente tiene sentido crear herramientas que sustituyan a las personas en muchas tareas. ¿Nos estamos disparando en el pie?” 

Y Valenzuela responde:

“La inteligencia artificial es el mayor cambio en 1.000 años, es un error frenarla”

Esto sería como pedir en 1440 parar la imprenta y decir que la gente no puede tener libros porque no hemos pensado aún cómo utilizarlos. Por supuesto que cada nueva tecnología tiene desafíos y cambios a nivel regulatorio que hay que atender como sociedad. 100% de acuerdo.”

Cristobal Valenzuela, CEO de Runway

Los libros nunca generaron exclusión, pero los dueños de la capacidad de reproducirlos, sí.

Por eso coincidimos “100% en que la regulación de los desarrollos tecnológicos de este tipo es necesaria y creemos que no sólo los usuarios y desarrolladores de IAs generativas deben opinar sobre si acelerar o pausar su desarrollo, sino especialistas en tecnología, derechos humanos, derechos de propiedad intelectual y profesionales de las disciplinas y oficios creativos, en interacción con representates del poder legislativo, a fin de que la sociedad no sea avasallada.

Frente al escenario donde todo puede ser capturado y procesado por algoritmos en la interacción usuario/pataforma —nos referimos a datos personales de usuarios, datos biométricos y obra de artistas o científicos— para enriquecer la capacidad generativa de softwares de IA imitativos de aquellos, no podemos más que estar preocupados por el altísimo nivel de concentración de capital humano para la obvia sustitución de éste en el mercado laboral

Este proceso no es conjetural. Está sucediendo y tenemos evidencia y testimonios de colegas creativos desplazados de su rol para degradarse como operarios de una cinta de montaje al modo de Metrópolis (Fritz Lang, 1927), así como también de usuarios de IAs generativas que, apelando a comandos de texto que incluyen nombres propios de artistas, dirigen a la máquina a la imitación de esa obra, dependiendo de las necesidades estéticas que se requiera replicar. 

Todo esto posibilita algo espantoso: la transformación de la figura del artista en mera mercancía. Un asset o activo para consumo de usuarios tan precarizados como los artistas a quienes parasitan a través de las máquinas.

¿A quién le sirve desplazar mano de obra y talento especialmente calificado para reponer en ese lugar a una figura de usuarios/consumidores fuertemente precarizados?

A las personas no.

La salud mental y económica de la sociedad entera están en riesgo.


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