escribe Rodolfo Fucile /Ilustrador, dibujante de storyboard, autor de libros ilustrados
La irrupción de las IA generativas en el campo de la producción de imágenes sembró desconcierto
y preocupación entre los dibujantes, ilustradores, animadores y demás trabajadores creativos.
Gracias al trabajo colectivo de Arte es Ética, nos hemos familiarizado con algunos conceptos clave
y, a esta altura, estamos en condiciones de dimensionar el peligro que representa el uso de esta
tecnología. Un “avance” que no sólo está basado en la captura y el plagio masivo de obras, sino que también
amenaza con hacer desaparecer muchos oficios y destruir muchas fuentes de trabajo.
Son varias las notas y videos donde se explica el procedimiento de apropiación ilegal de imágenes creadas por humanos que posibilitó el desarrollo de estos programas. También se ha mencionado la desaparición total del proceso creativo (el aspecto más enriquecedor y fascinante de cualquier disciplina artística), que sería reemplazado por una mera instrucción textual.
Desaparece el autor, formado en su oficio, para dar paso a un mero operador que escribe palabras clave y recibe a cambio una “obra” generada automáticamente por un algoritmo (procedimiento basado, insisto, en el previo robo de imágenes elaboradas por personas).
Sin embargo, hay un aspecto aún no demasiado abordado, que es el de trabajos como el storyboard, el concept art y la creación de bocetos en general, que son la principal ocupación de muchos y muchas dibujantes. Se trata de oficios fundamentales en la producción de cine, publicidad, animación y videojuegos pero que, por desarrollarse en una etapa intermedia del proceso de producción, no suelen asociarse al concepto de “autoría”.
Estos trabajos son esenciales porque sirven para visualizar el guión y las primeras ideas, determinar la puesta de cámara, diseñar los escenarios, los vestuarios y el aspecto general de las piezas que luego vemos realizadas en diversas técnicas de animación o representadas en escenarios materiales por actrices y actores. Es decir, estos trabajos cumplen un rol clave donde el/la dibujante entabla un diálogo creativo con directores y productores; intercambio que además sirve para detectar inconsistencias narrativas o prever inconvenientes en la producción, filmación o realización final.
A quienes nos desempeñamos en estas áreas, quizá nos parezca inconcebible que nuestro trabajo pueda ser reemplazado por una máquina. Pero, lamentablemente, en un sistema basado en la ganancia y la productividad, nadie es imprescindible… Ya se están viendo casos de estudios de animación que reemplazan a algunos dibujantes por un software o, en el mejor de los casos, los reducen a simples retocadores de imágenes generadas por Inteligencia Artificial. Para los más veteranos, esto será el triste final de una carrera forjada con esfuerzo y aprendizaje. Para los nuevos dibujantes que logren insertarse: un futuro de mediocridad creativa, seguramente más precario y peor remunerado que en la actualidad.
Como agravante, cabe mencionar que estos oficios (como la gran mayoría del trabajo de los ilustradores) se desarrollan bajo la modalidad freelance. Sin estabilidad, sin un salario ni un contrato de trabajo (en el caso de la Argentina, como monotributistas) y por lo tanto es difícil determinar cuándo uno se queda sin empleo, ya que la contratación es eventual. O sea que el impacto mediático que pueda tener este tipo de desocupación es muy inferior al del trabajo asalariado convencional, ya que en estos casos no hay despidos ni cierres de fábricas. Simplemente dejan de llamarte.
Es un conflicto silencioso y privado, que no deja huellas visibles. Por todo esto, es muy importante que tomemos conciencia del daño que supone el uso de la Inteligencia Artificial Generativa en nuestro campo y nos opongamos sin concesiones, difundiendo información y actuando colectivamente para ponerle un freno. Es necesario romper el “encantamiento” ingenuo producido por la novedad, que es funcional a la eliminación del trabajo y los derechos de las personas.
No se trata de rechazar toda tecnología, sino de precisar quién realmente se apropia de los “beneficios” económicos y cuál es el costo humanitario de su implementación. Si hasta hace poco teníamos dudas, ya es evidente que el uso de estos programas reemplazará nuestro trabajo (como muchos otros) y que nuestra interacción con ellos no sólo legitima el robo masivo, sino que nos autodestruye paulatinamente.
No nos cavemos la tumba.
